
RAMÓN R. CARRERO | MADRID
Publicado Lunes, 25-05-09 a las 21:30
El Río de la Plata es una frontera doble. Entre Uruguay y Argentina y entre el mar y el continente. No es de extrañar que los personajes que habitan alrededor de su desembocadura sean igual de fronterizos. Una desembocadura marcada por la fuerte influencia de las mareas, las crecidas y el barro cobrizo que llega desde el Amazonas. Tampoco choca que estas personas sean tan viejas y orgullosas como el río, pero que también sean igual de vulnerables.
Un padre y dos de sus hijos pasan un fin de semana a la orilla del estuario tratando de pescar alguna perca que llevarse a la boca. En la espera, conocerán a otros personajes, que como ellos han hecho del Río de la Plata su forma de vida. El mismo río que fue la tumba de los «desaparecidos» asesinados por la dictadura argentina, se convierte ahora en trampa mortal para los dos niños cuando sube la marea.
Un mundo de personajes marginales bajo el cielo naranja y con los pies hundidos en un río del mismo color. Parafraseando el tango que canturrea entre dientes el padre, sus harapos son mucho más nobles (y sabios) que nuestros fracs.
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